Imagina que vas por la calle y te chocas con alguien sin querer. ¿Cómo vas a reaccionar? ¿Y si ves a lo lejos a alguien conocido con quien no quieres hablar? ¿Y si llegas tarde al trabajo?
Cada persona tiende a reaccionar de una misma forma ante situaciones iguales o similares. De algún modo, se trata de una forma de ahorrar energía: en vez de analizar la situación ante la cual nos encontramos y buscar la respuesta más adecuada para ésta, usamos respuestas ya conocidas que hemos usado ante situaciones parecidas a ésta. El carácter, pues, es una tendencia de reacción. Para poner un símil, podríamos decir que es como los raíles que dejamos marcados en la nieve cuando esquiamos. Si volvemos a pasar por el mismo sitio, nos resultará más fácil y cómodo recorrer el camino marcado (y ya recorrido) que no esquiar por la nieve virgen (que desconocemos).
De este modo, el carácter es la forma de reaccionar ya conocida, la que nos ha funcionado hasta el momento, de la cual tenemos muchas experiencias acumuladas. Es lo que nos permite prever cómo reaccionaríamos ante las situaciones propuestas al inicio de este post. Por ejemplo, cuando llego tarde al trabajo me siento culpable y estoy todo el día con la sensación de que todo el mundo me mira con enfado. O, si me choco con alguien, me sale el orgullo y le digo en tono despectivo que qué hace que no mira por donde va (sin reconocer que yo hacía lo mismo)…
Hay personas que siempre están pendientes de cómo les van a valorar los demás; otras, que se refugian en la duda para no arriesgarse; otras personas se centran en complacer a los demás (olvidándose de sí mismas); otras, evitan el contacto con los demás para no sufrir, y un largo etcétera. Cada carácter tiene sus ventajas y desventajas, pero ninguno es mejor que otro.
El carácter, pues, influye directamente en nuestra forma de tomar decisiones, en la mirada que tenemos hacia la vida y hacia nosotros mismos, en nuestras relaciones interpersonales, en nuestra motivación, etc. Por ejemplo, si me gusta jugar con el peligro, tomaré mis decisiones en base a ello. O si creo que debe de ser el otro quine se dé cuenta de lo que me sucede, eso va a afectar en cómo me relaciono con los demás.
Por otra parte, podemos distinguir los caracteres según cuál es su motor en la vida, o dicho de otra forma, en qué ponen más atención en su día a día: en sus pensamientos, en sus emociones o en su instinto? Hay personas que escuchan mucho lo que piensan, su parte mental; otras que constantemente están en contacto con lo que sienten, son emocionales; y finalmente, las que se dejan guiar por su parte más instintiva.
Cabe señalar, que el carácter es una guía, una estructura que nos permite orientarnos y, como decíamos antes, nos permite economizar el tiempo y nuestra energía. El problema aparece cuando nos damos cuenta de que estamos limitados, cuando estamos tan acostumbrados a esa forma de actuar que ya no probamos otras nuevas, o las que tenemos empiezan a ser un problema para nosotros. Algunos rasgos del carácter, con el tiempo, caducan: aquello que antes nos servía, ahora ya no.
De este modo, el primer paso es tomar conciencia de qué es lo que está obsoleto en nosotros, cuáles son las partes de nuestro carácter que nos están obstaculizando el camino. Una vez detectadas podemos empezar a probar nuevas formas de relacionarnos con los demás. La observación y el autoconocimiento son el inicio para el posterior cambio, con el objetivo de tener más libertad de movimiento e ir buscando la respuesta adecuada a cada situación concreta. Como dice Paco Peñarrubia: “el organismo necesita de todas sus posibilidades para responder a un ambiente en permanente cambio”.