En los años que llevo dentro del mundo de la psicoterapia he visto un (podríamos llamarle así) dilema latente. ¿En terapia, hablamos de clientes o de pacientes? Hay defensores de ambos lados. Aquí comparto mi postura.
En mi caso ha sido un tema con una trayectoria, en el sentido de que le he dado cierta importancia al asunto y lo he elaborado. En este momento me declino por hablar de clientes y no de pacientes básicamente por las siguientes razones.
“Paciente” viene del latín patiens, que tiene dos significados: por un lado, se refiere a alguien que está sufriendo alguna enfermedad, y por el otro, a una persona que espera con calma (que tiene paciencia). Esta segunda acepción muestra que la persona tiene un rol pasivo. Justamente, una característica esencial de mi forma de hacer terapia es trabajando de forma conjunta con el acompañado, formando un equipo entre ambos: el acompañante y el acompañad@. De modo que le invito a jugar un rol activo en la relación. Ésta es la base de mi forma de entender la terapia, trabajar para que el acompañado recupere el autosostén, la responsabilidad y el poder hacerse cargo de sí mismo y de todo lo que le vaya ocurriendo en su camino. Referenciarle como paciente sería incongruente desde esta mirada.
Por otro lado, “cliente” viene de cliens y se define como persona que usa con asiduidad los servicios de un profesional o empresa. Semánticamente, cliente apunta directamente a que la relación que establecemos con esa persona es de carácter comercial, dónde hay intercambio de un servicio por dinero.
De este modo, hablo de clientes sabiendo que, por una parte hay una relación de trabajo, y por lo tanto, con un intercambio económico, y por la otra, hay una relación afectiva y humana que nos vincula, que es la base para que el acompañamiento funcione. Y descarto hablar de pacientes, como he dicho antes, para alejarme de la visión de que el terapeuta es quién lleva las riendas de la terapia, devolviéndoselas a quién creo que le corresponden.